River Plate, con un gol del colombiano Juan Fernando Quintero en la prórroga y otro de Pity Martínez en el último instante, cuando Boca Juniors ya jugaba con nueve hombres por la expulsión de Wilmar Barrios y por la lesión de Fernando Gago con todos los cambios efectuados, se impuso en la final de la Copa Libertadores por 3-1, logró el título más ansiado y tocó el cielo en Madrid, desde donde partirá hacia el Mundial de clubes para completar un ciclo mágico.
En un partido con poco fútbol, que ni de lejos se acercó al trepidante juego de la ida, River tuvo el carácter para levantar un gol en contra que no supo resguardar Boca, quien se quedó sin recursos tras la expulsión. Todo se decidió por un golpe de clase de Quintero, el proyecto de gran estrella que nunca alcanza la regularidad necesaria pero que es capaz de conducir a su equipo a la conquista de cualquier título.
Y es que, impresionados por el escenario, la trascendencia del duelo o el cambio de temperatura, River y Boca tardaron más de media hora en entrar en calor, en ofrecer algo más que disputas entre rivales, pierna fuerte y balonazos.
River quiso llevar la iniciativa, pero no encontró la forma de hilar el juego en el centro del campo y Lucas Pratto vagó por el ataque sin que le llegase el balón. Boca esperó su ocasión, intercambió de forma constante las bandas entre Sebastián Villa y Cristian Pavón, pero no creó demasiado desconcierto en el rival.
Durante más de media hora, todo el peligro que llegó a las áreas estuvo motivado por errores.
Un mal despeje de Jonatan Maidana o un fallo de Leo Ponzio en un control junto al área, que ofreció a Darío Benedetto una falta al borde del área, cuyo rechace no fue aprovechado por Pablo Pérez (m.27), fueron las mejores ocasiones de Boca.
Un par de lanzamientos desde fuera del área, demasiado desviados pese a no tener oposición Nacho Fernández y Gonzalo “Pity” Martínez, todo lo que asustó el equipo de Marcelo Gallardo.
En ese escenario, se mueve mejor el conjunto de Guillermo Barros Schelotto, que como en la ida, aprovechó la mejor ocasión al borde del descanso. Fue un pase en profundidad de Nahitán Nandez que no llegó a despejar Javier Pinola y Benedetto convertido en héroe desde las semifinales transformó en gol, tras regatear a Maidana y ejecutar a la perfección sobre el achique de Franco Armani (m.44).
River tuvo más llegada tras el descanso, se acercó al gol con un disparo de Nacho Fernández, ligeramente desviado y antes de la hora Gallardo envió al campo a Juanfer Quintero en lugar de Ponzio, en busca de un chispazo del colombiano con el que equilibrar la final.
Boca, que se quedó sin Benedetto en el 61, sustituido por Wanchope Ábila, no tuvo reparos en vivir el segundo tiempo cerca de su área, en busca de algún contragolpe decisivo, pero también expuesto a que algún desajuste le dejase sin ventaja.
Y este le llegó a tiempo para cambiar el ánimo del encuentro, para que Nacho Fernández encontrase con un pase al centro del área a Lucas Pratto y el ariete restableciese la igualdad.
River, que equilibró en dos ocasiones el marcador en la ida y llegó a Madrid con sensación de injusticia por haber perdido la condición de local, volvía a levantarse y los “xeneize” a la casilla de salida, con la sensación de que, de nuevo, el título pendía de una acción aislada.
La desperdiciaron los de Barros Schelotto, con un libre indirecto dentro del área por juego peligroso de Pinola (m.82) y, con el juego constantemente trabado por las faltas, ambos comenzaron a pensar en la prórroga.
Un alargue que, como no podía ser de otra forma en la final más accidentada de la historia, aún deparó un nuevo giro a su increíble historia; nada más comenzar, fue expulsado Wilmar Barrios, que se ganó la segunda amarilla por una innecesaria entrada en el centro del campo sobre un inédito Exequiel Palacios.
Palacios, que se presentaba en el que puede ser su estadio dentro de poco, no dejó más que algún detalle y fue sustituido por el juvenil Julián Álvarez, poco después.
Boca quedó cada vez más expuesto al talento de River. Y si de talento se habla, nadie mejor que Quintero, el más impredecible, capaz de desaparecer durante muchos minutos o sacar de la chistera un disparo a la escuadra para coronar una gesta que confirmó Pity a puerta vacía, con Esteban Andrada en el campo contrario, para darle el título a su equipo, para tocar con los dedos el cielo de Madrid y adentrar a su rival en la peor pesadilla.